jueves, 21 de junio de 2012

LeBron James tiene un anillo


Tenía 15 años cuando se le empezó a considerar la promesa de una futura leyenda del baloncesto. A los 16 años ocupó su primera portada, destinado a ser el gran dominador de la NBA de su época, aún siendo un adolescente. LeBron James ha estado conviviendo con la presión de tener que ser no un gran jugador, sino el mejor jugador en la historia del baloncesto, desde aquella edad. 

Desde que aterrizara en la liga, en 2004, el jugador no ha dejado de cosechar todos los premios individuales posibles y de pulverizar todos los registros estadísticos de las grandes leyendas de este deporte. Algunos vieron en él la amenaza de destronar el nombre y el prestigio del jugador predilecto de todo aficionado: Michael Jordan. Y desde entonces se inició una persecución y un odio irracional hacia un jugador que no estaba destinado a suceder a Jordan, ni a superarle en nada, sino a convivir con él en el olimpo, a ocupar junto a la leyenda de los Chicago Bulls un lugar al que ningún otro ha llegado. 


Y eso que el jugador es la evolución natural de Jordan, no su sucesor. El jugador más cercano a la mayor leyenda del baloncesto, tanto en estatura como en el estilo de juego, quizás sea Kobe Bryant. LeBron podría ser el jugador que hubiera sido Jordan de haber nacido varias generaciones después, cuando el juego es más físico, la media de estatura es ligeramente mayor y el jugador clave es aquel que domina varias posiciones en la cancha. El único jugador capaz de sobrevivir hoy en día es el jugador total

Tal vez ese desprecio sin motivo fundado estuviera desde la prepotencia del jugador en sus gestos, que no era otra cosa que la cultura de una generación que se basa aún hoy en el desafío personal dentro de la cancha como forma superlativa de motivación. El caso es que, amparándose en la ley matemática de cualquier deporte, aquellos detractores del jugador se siguen refugiando aún en aquel récord que LeBron nunca podría superar y que Jordan convirtió en inalcanzable: los seis anillos de campeón. 

"Podrá tener todos los premios individuales que quiera, pero no tiene un anillo". Y esa frase parecía lapidaria para un jugador que se ha convertido en inspiración y en disfrute, en leyenda por derecho propio. LeBron James lleva desde los quince años soportando sobre sus hombros la pesada carga de la comparación, la doliente carga de que ninguno de sus esfuerzos vale apenas nada si no tiene un campeonato en su palmarés. 

Ha hecho falta que James llegase a las finales de la NBA en dos ocasiones y las perdiera. Una en 2007 y otra en 2011. Hizo falta que aprendiera lo que era perder, que jugase en equipo, que su mayor preocupación fuese hacer mejores a sus compañeros. Hizo falta un cambio de franquicia, una difícil decisión que le acarreó aún más enemigos. También ha hecho falta que se calmaran los ánimos en el vestuario de su actual franquicia, Miami Heat, que el conjunto madurase y no se creyera victorioso antes de tiempo. Hizo falta un entrenador ninguneado por todos, vilipendiado y relegado a la condición de un pelele sin voz delante de sus estrellas. Hicieron falta unos duros playoffs, donde en cada serie de partidos se le planteaba un desafío diferente al equipo. Hizo falta aprender de cada una de esas series, de ajustar sus errores para llegar fuerte a unas finales. 

Y en ellas LeBron ha sido líder, guía, maestro y guerrero. Volvió a superar récords, se acercó a los números de leyenda, pero nada de eso le importaba. Por fin iba a conseguir la única estadística que ha perseguido a lo largo de su vida: conseguir un 1 en un casillero muy particular. El anillo. Con 27 años, el jugador se proclama campeón de la NBA por primera vez, en el momento de mayor madurez, a tiempo de cerrar una dolorosa página de su historia para la que siempre ha sentido que fue creado. 

El sueño se ha hecho realidad. Pronto descubrirá que aquellos que dudaban de él le seguirán odiando. "Tiene un anillo, pero no tiene los seis de Jordan", dirán ahora, y siempre habrá un motivo, sea este u otro diferente, para que LeBron siempre esté un escalón por debajo. Como si Karl Malone, Charles Barkley o Patrick Ewing nunca hubiesen existido, víctimas todos de la inevitable consecución de un título para pasar a la historia. 

LeBron James tiene un anillo. Sin embargo, sigue siendo la misma persona que era justo antes de jugar el último partido de las finales. El auténtico héroe se había forjado cuando vivió el dolor del fracaso, cuando se enfrentó a sus fantasmas y entendió que lo más importante era aprender, que el mayor tesoro era el esfuerzo y no el éxito, que la vida se medía por lo vivido, no por lo ganado. LeBron se convirtió en un héroe antes de haber ganado un solo anillo. 

0 comentarios:

Publicar un comentario