martes, 27 de marzo de 2012

Yuja Wang: Fantasia


La primera vez que escuché a Yuja Wang en directo, tenía la sensación de encontrarme frente a alguien que no había vivido ninguna otra experiencia más allá de sentarse delante del piano. En su interpretación no había pasión alguna, ni una lectura de lo que estaba reproduciendo. Era una mera ejecución mecánica, de apabullante virtuosismo eso sí, pero hueca tanto en su expresión como en su vertiginosa digitación. 

Pensaba que tendría más que ver con una cualidad propia de la juventud de la intérprete, y que con los años viviría todas esas experiencias que, en aquel momento, necesitaba vivir para trasladar un dolor y una alegría sinceras a su música. Hoy me encuentro con su cuarto álbum para Deutsche Grammophon, que la ha arropado como una de las mayores virtuosas de su catálogo contemporáneo, un álbum que recoge las propinas que suele brindar en sus interpretaciones en directos.

Pero la pianista sigue adoleciendo de las mismas virtudes que en aquella primera escucha. El álbum Fantasia no deja de producir la misma sensación que sus otros discos: un virtuosismo imparable, una interpretación fogosa que recuerda al mejor Horowitz... Y una ausencia total de pulso narrativo, de expresión de entendimiento y de transmisión de una lectura, sea cual sea, del discurso de la partitura en cuestión. 

Todo suena a lo mismo. Como espectáculo de digitación, Wang no tiene rival posible. Pero en lo que respecta a lo estrictamente musical, el oído se marcha pronto de esas notas. Su Rachmaninov, el Scriabin o incluso el Albéniz que se atreve a perpetrar resultan de lo más anodino. La pulsación termina molestando en lugar de enamorar. 

Falta mucho para considerar a Wang como la pianista prometedora que parecía iba a llegar a ser, y muy poco para considerarla un fiasco. Su carrera comienza a dilatarse y a cosechar los más grandes éxitos, pero no deja de estar más cercana a la atracción de circo que a la verdadera música. 

sábado, 24 de marzo de 2012

Batman: Victoria Oscura


Después de leer El largo Halloween, parece que ya no pueda encontrarse una experiencia similar a aquella. La combinación entre una depurada trama, la profundidad de los personajes, el dibujo y el coloreado completamente alejados de lo convencional, y la historia detectivesca que no renuncia a la ligereza de las obras que se leen de principio a fin en una tarde, resulta insalvable cuando se compara con cualquier otro cómic.

Victoria Oscura responde en forma de continuación de aquel relato, y sus cualidades son tan soberbias como las de su hermana mayor. En el fondo se trata de una sola obra en dos volúmenes, de una epopeya continuada, y no de historias separadas. En un proyecto ambicioso pero llevado con absoluta maestría, Jeph Loeb relata el origen de muchos de los personajes del universo del caballero oscuro, pero al mismo tiempo parece no haber inventado nada. Sólo presentar un relato en el que confluyan los orígenes más representativos del héroe enmascarado. 

El soliloquio de Bruce Wayne comienza con un rótulo que define con precisión el tono de todo el volumen: "Estoy solo". Es quizás la frase más perfecta para comenzar una historia con Batman como protagonista en tanto que define completamente al personaje en dos palabras. Victoria Oscura tratará de responder a aquella frase contando el origen de Robin tal y como cuenta la literatura tradicional, sólo que adaptada al relato que Loeb intenta construir en su hermosa y cautivadora epopeya. 

El ritmo de lectura que impone Loeb es quizás aún más ágil que El largo Halloween, siendo aquel un verdadero prodigio de narración. La densidad de lo que se contaba, sin embargo, convierten a este segundo volumen en una lectura aún más asequible. El cómic no sólo es imprescindible por acercarnos al universo de Batman como si este fuese presentado por primera vez, sino también por aglutinar todas las virtudes del hombre murciélago en un solo relato y aprovecharlas hasta sus últimas consecuencias. 

Si Victoria Oscura termina narrando el definitivo origen del primer Robin es porque, en el fondo, la historia que se cuenta es la de la eterna batalla de Batman con la soledad, sin duda su peor enemigo. 

martes, 20 de marzo de 2012

Batman: The Cult


Puede que nos encontremos frente al cómic más impopular de Batman. Vilipendiado primero por haberse gestado gracias al éxito de El regreso del caballero oscuro de Frank Miller, y acusado más tarde de mostrar a un enmascarado poco digno de su nombre, alejado de la valentía y fortaleza de espíritu del personaje original. 

The Cult es, ante todo, una historia de terror. Una pesadilla. Y lo es no ya por lo que se cuenta, un argumento que no deja de tomar recursos ya conocidos para tejer una trama de grandes pretensiones. Lo es porque, por primera vez, muestra a un Batman temeroso, dubitativo, incapaz de tomar decisiones con su habitual determinación. 

Todos aceptamos al héroe que nació a partir del miedo que causó el asesinato de sus padres. Si los murciélagos le inspiraban temor, entonces asustaría a sus enemigos evocando a ese animal. Pero sin embargo, no aceptamos que el propio hombre sienta otros miedos. Para el lector, Batman deja de ser un hombre en cuanto se pone la máscara. Los miedos, un sentimiento indivisible del alma humana, no son permitidos en el cruzado enmascarado. 

Ese miedo viene de las drogas con las que castigan al héroe a lo largo del relato, que merman sus capacidades. Pero por encima de esa razón está la de un defensor que percibe al fin una resolución funesta, un héroe que intuye que quizás las cosas no salgan bien esta vez. ¿Quién protegerá Gotham entonces? Por un momento, parece que Batman sea consciente no ya del enorme peso que sostiene a sus espaldas, sino que nadie sería capaz de sustituir su labor, y esa certeza acaba siendo el mayor de sus miedos. 

Las pretensiones transgresoras de The Cult son del todo ingenuas, aún más cuando se leen con la perspectiva que da el tiempo, casi treinta años tras su publicación. El sentimiento de pesadilla, sin embargo, permanece, y no porque el chamán de la historia vaya a conseguir controlar la ciudad. El horror es descubrir que Batman, despojado de su cinturón multiusos y sin más protección que una máscara inútil, es tan humano como cualquiera de nosotros.

domingo, 18 de marzo de 2012

Superman: Para todas las estaciones


¿Puede un cómic emular una película de John Ford? ¿Puede el lenguaje del cómic adaptarse tanto a las reglas del cine que, al leer una historia, nos parezca que nos encontramos no frente a una recreación de una película hipotética, sino a la experiencia misma de lo cinematográfico únicamente a partir de unas imágenes? 

Los códigos formales utilizados por Jeph Loeb aquí son tan cotidianos para el cine y tan poco explotados en el mundo de la historieta que la sensación bien podría ser la de una película animada, como si sus imágenes tuviesen vida propia, ayudadas por esa impronta visual de Tim Sale tan desmarcada de la tradición del dibujo clásico y a caballo entre la caricatura, la épica y la excentricidad de una original búsqueda de lo esencial. 

Para todas las estaciones no reformula el origen de su personaje. Habla del inicio, de lo que motiva a Clark Kent a emigrar a la ciudad, pero no se preocupa de explicar de dónde viene o cuál es el sentido de su llegada a la Tierra. Loeb parece más interesado en contar por qué el chico de campo decidió marchar a la ciudad, el porqué del cambio en el hombre, no en el superhéroe. 

Haciendo uso, una vez más, de una herramienta más propia del mundo audiovisual que del cómic, un personaje diferente se encarga, en cada estación, de narrar lo acontecido a través de su propia visión, de sus sentimientos en torno al protagonista y a su relación con él. En ese sentido, el guión regala a Lex Luthor, a Lana, a Kent o a Lois algunas de las reflexiones más hermosas que jamás hayan tenido en torno al héroe de Metropolis. 

Pero el relato, a pesar de esas voces en off que ilustran los pensamientos de algunos personajes, termina mostrando una cara poco conocida y muy conmovedora como la vida de Superman a través de los ojos de sus padres adoptivos. Si bien el cómic es una entrañable y simple formulación de las relaciones ya conocidas, acaba mostrando una lectura del personaje poco explorada. La del amor entre padres e hijos, la del sacrificio incondicional que acaba convirtiendo en héroes tanto a unos como a otros.

jueves, 15 de marzo de 2012

Superman: All-Star


¿Qué sucede cuando la imparable fuera golpea el objeto inamovible? 


Que ambas se rinden. 


Siempre me he preguntado, antes de leer la primera página de cualquier cómic de Superman, qué podría contarse sobre un héroe capaz de cualquier cosa, alguien para el cual no existen obstáculos imposibles. La respuesta de Grant Morrison aparece en forma de pregunta, también la más obvia. Por qué un ser que podría dominar el universo entero y que no encuentra en este planeta a nadie a su altura, decide quedarse para cuidarnos. 

All-Star cuenta la historia de un Superman en el ocaso, a punto de ser derrotado gracias a un elaborado plan de Lex Luthor que se sirve del sol para desintegrar, poco a poco, las partículas de Superman hasta desintegrarlo por completo. El tiempo de espera desde el contacto con el sol hasta su muerte instará al superhéroe a cumplir las últimas 12 hazañas, y entonces surge una nueva pregunta. Si el dios del olimpo es capaz de superar todas sus pruebas y ya no le queda ninguna otra, ¿qué sentido tiene su existencia? 

Grant Morrison sitúa nuestros ojos en el mismo campo de visión que el de Superman. Todo se mide en miles de millones, las llaves pesan toneladas y la única unidad temporal posible es justamente el fin de los tiempos. Así es como debe sentir el universo un superhombre, parece querer contar esta historia crepuscular. All-Star no es tanto la crónica de una muerte como un homenaje al personaje y a las infinitas posibilidades de su narración. 

La épica del cómic reside en cómo Superman vence todas las pruebas a través de su fe inquebrantable en el ser humano, en el que continúa confiando aún después de haber sido traicionado una y mil veces. La fuerza imparable es el amor del ser humano, aquello que lo hace único. El objeto inamovible es el propio héroe. El superhombre se convierte entonces en una imagen de lo que podríamos ser, un espejo en el que mirarse, un modelo al que aspirar, una prueba física que nos recuerde siempre cómo somos en nuestro interior. 

La obra, en la que los espacios y los lugares juegan un papel determinante en la composición de las hermosas viñetas, termina siendo una carta de amor al personaje. Y el personaje, aquí más que nunca, se revela del todo como una carta de amor al hombre. 

martes, 13 de marzo de 2012

Batman: Silencio


Silencio no descubre la maestría de Jeph Loeb como escritor, pero sí desvela que el autor es uno de los pocos narradores en el mundo del cómic que marca el ritmo de lectura. Su absoluto dominio de la composición de cada página empuja a devorar el texto, al deseo irrefrenable de conocer la historia por completo. 

Silencio encuentra el equilibrio perfecto entre el argumento detectivesco que acompaña tradicionalmente al cruzado enmascarado con momentos para una acción desbordante, remarcada aquí por los impactantes dibujos de un portentoso Jim Lee. Por si fuera poco, y como de costumbre en las obras trascendentales del guionista, la aventura del hombre murciélago encuentra algunos puntos importantes que redefinen su imaginario. 

El triunfo del cómic va más allá de su abrumadora impronta estética, la de un cómic disfrutable como pocos a nivel visual. En su historia, Batman y Bruce Wayne no son héroe y alter-ego, sino un sólo héroe que necesita la paz en sus dos roles para encontrarse a sí mismo. Las máscaras aquí sólo sirven para disfrazar la realidad bajo un color diferente, no para ocultarla. Wayne y Batman se enamoran de la misma persona. El héroe vive con el miedo de volver a perder a un ser querido y el hombre lucha por revelar su identidad tras el antifaz. 

Pero el conflicto entre el pasado, presente y futuro del personaje en cuanto a cómo afrontar su relación con sus seres amados no es el epicentro de la historia. Como es habitual en Loeb, se dan cita los principales villanos del universo de Gotham para vencer al cruzado. En el trayecto, el escritor crea a un nuevo y memorable antagonista que da título a la aventura. 

Silencio se queda a vivir para siempre en el imaginario del lector, tal y como los dibujos asombrosos de Jim Lee. Tal y como el hermoso texto de Loeb

Batman: La Broma Asesina


Tenía que ocurrir. No importaba tanto el cómo o el cuando, sino el hecho de que ocurriese. La pregunta no es si alumbrar un origen del Joker era necesario, o si un arcaico formato de 46 páginas era el adecuado. En ese espacio, Alan Moore podría concebir una epopeya.

El relato es breve, fugaz, una pequeña broma que se extiende hasta su título. Y sin embargo, después de leer sus páginas, es imposible volver a mirar al villano con los mismos ojos. A partir de La broma asesina, el personaje del Joker se ha vuelto alguien cercano, su sonrisa menos vehemente, y su hermoso traje violeta, aquí más hermoso que nunca, transporta los restos de un ser humano que una vez fue vulnerable. 

Moore traslada, por primera vez, elementos propios del lenguaje cinematográfico al mundo del cómic, multiplicando exponencialmente la agilidad de la narración. Mientras el Joker castiga al comisario Gordon, el pasado del villano se encadena con el presente, y los gestos de aquel hombre asustado se corresponden ahora con los del jefe de policía de Gotham. Dos personas que se convierten en víctimas y que se aferran a banderas muy diferentes ante su desgracia. Uno con la justicia. El otro con la venganza. 

Pero lo más hermoso de esta pequeña novela gráfica es el modo, sencillo y perfecto, de hacer protagonista una verdad inquebrantable acerca de los dos personajes antagónicos. Batman y el Joker, dos caras de la misma moneda, están condenados a existir y a convivir porque no existe el reverso sin su opuesto, lo injusto es lo que convierte en virtud todo lo justo. Y mientras exista el hombre enmascarado, envuelto en su imperturbable solemnidad, existirá la sonrisa maliciosa de su antagonista que, como se atreve a sugerir Alan Moore, no es otra risa que el interior de Batman resonando en su silencio. 

sábado, 10 de marzo de 2012

Batman: R.I.P.


En el último número de Superman - Batman: Apocalipsis, Darkseid confiesa al caballero oscuro que se ha dado cuenta, por fin, de que el héroe enmascarado no piensa igual que el resto de los humanos, y que tal vez el cruzado sí que tenga después de todo un superpoder: una mente prodigiosa que lo aleja de la condición de simple mortal. 

Ha costado casi cuatro décadas definir del todo el personaje para llegar hasta ese diálogo, en el que se resume lo que ya se intuía pero nunca se había puesto en palabras. La mente de Batman es superior a la de cualquier ser humano. Ese es su poder, su mayor habilidad, una cualidad capaz de doblegar a cualquier otro. El cuerpo frágil de un hombre alberga una mente invencible por la que le temen incluso otros superhéroes. 

Eso ha engrandecido el discurso de un personaje complejo: Bruce Wayne no es un ser solitario únicamente por sentirse atormentado con la muerte de sus padres. Se siente solo porque sabe que nadie va a estar jamás a la altura de su inteligencia, de su manera de ver el mundo. Nadie nunca le entenderá del todo. 

Grant Morrison continúa en su cruzada estelar de redefinir a Batman partiendo prácticamente desde cero, como si todo el camino transitado hasta ahora no sirviese para nada. En un formato discutible y oportunista que empieza a ser habitual en él, el guionista había planteado una novela de 25 capítulos que desembocaban en este R.I.P., poniendo a prueba al héroe enmascarado de una manera límite. 

El autor presenta a un Batman nada introspectivo, respondón y chulesco, muy poco reflexivo, impulsivo y apasionado. Parece que sea otro quien protagoniza esta aventura bajo esa conocida máscara. El guión teje una estructura en la que se desarrollan varios escenarios al mismo tiempo. Líneas paralelas que se entrecruzan, muy poco necesarias en el fondo, pero indudablemente pertinentes para lucir el genio de Morrison

Lo que desvela Batman: R.I.P. no es que el superhéroe sea capaz de superar cualquier situación adversa que le planteen los villanos del universo a través de su ingenio, sino que ya tiene pensadas las soluciones a posibles problemas futuros, como aquel que deja una copia de su llave bajo la alfombra. 

Es el detalle definitivo que revela este R.I.P. como un auténtico fiasco. Lo peor que se puede decir de lo que ha hecho Grant Morrison con Batman es situarlo a la misma altura de su oportunismo autoral. Su héroe es muy listo, pero nunca inteligente.