martes, 13 de diciembre de 2011

El Clásico (subjetivismo)


Termina el Real Madrid - F.C. Barcelona y con él se da el pistoletazo de salida a las crónicas en los periódicos del mundo entero, en todos los formatos posibles y en ocasiones bajo una abrumadora exposición de medios que deja sin aliento. Pero me detengo en las publicaciones nacionales de una manera especial, pues me llama mucho la atención cómo cada una de ellas ha visto un partido diferente. 

Quedo aún más sorprendido cuando me doy cuenta de que los discursos también cambian en los propios jugadores y los entrenadores de ambos equipos. El poder de la dialéctica, el truco más infame que existe para disfrazar la realidad. Mientras los que han perdido atribuyen la derrota a la pura suerte del contrario, el ganador no deja de decir que ha sido una victoria aplastante. 

El que ha perdido señala que tuvo una ocasión clara para el empate en un momento del encuentro, o para ponerse por delante en el marcador en otro instante, sin pensar en la cantidad de oportunidades que tampoco aprovechó el rival para marcar, que no fueron pocas. El que ha ganado habla del partido como si el contrario nunca hubiese existido, como si hubiese olvidado el miedo que pasó cuando recibió un gol en el primer minuto y el olor a goleada se apreciaba en los ánimos de todos los espectadores. 

Unos desacreditan la victoria de los otros, los otros desacreditan el optimismo de los primeros. El Real Madrid atribuye un gol del contrario a la suerte, mientras que el F.C. Barcelona atribuye el gol de su rival a un error propio. Nunca una felicitación, nunca un reconocimiento al contrario. 

De repente me doy cuenta de que en ningún lugar encuentro información sobre lo que ha pasado. No veo estadísticas puras y objetivas, no veo datos, me es imposible encontrar siquiera un resumen con las jugadas más importantes del encuentro sin que estén filtradas por el rasero del equipo con el que más se simpatiza. 

De repente me doy cuenta de que todo se ha convertido en relativo para algunos. La verdad de repente únicamente vale como moneda de cambio de lo que yo opine, y la realidad tiene el nombre de lo que yo haya visto, o de como yo quiera verla para adaptarla a mi conveniencia. ¿No hay acaso una verdad?

El descrédito definitivo del periodismo nacional ha venido de la mano del mismo problema, la constante falta de objetividad en la información que se expone. Todo pasa por el filtro de la opinión personal antes de convertirse en noticia. No existe la información, propiamente dicha, sino la burda opinión, una lectura de lo que ha ocurrido filtrada siempre por intereses diversos ocultos tras la áspera y opaca superficie de los hechos. Unos disfrazan, maquillan, otros ensalzan, agrandan. Nadie habla con exactitud de lo que ha pasado realmente.

El resultado es que el sábado vi un partido y luego leí docenas de artículos sobre un partido diferente, unos en el que se desprestigia siempre a uno de los contendientes. Y en esa sociedad nos movemos, en la del relativismo, la del descrédito al otro y del disfraz constante de la realidad a través de las palabras y de una subjetividad narcisista. 

Quisiera escapar de ese tipo de periodismo y pensar que eso no ocurre en mi país, que somos un poco más inteligentes, que un tema como el deporte debería ser algo que generase alegría y despreocupación, y no una cuestión de mediocre orgullo provinciano. Me gustaría mucho sonreír viendo el partido, disfrutar de él sea cual sea el resultado, y luego encontrarme con que se le cuenta a la gente única y exclusivamente lo que ha pasado. Ese es mi deseo.