lunes, 18 de junio de 2012

Flash: los West indomables


Hay tantas razones para adorar este cómic como para detestarlo. Para adorarlo, porque supone el regreso de Mark Waid, uno de los escritores que mejor ha sabido acercarse al personaje en los últimos tiempos, a las historias del superhéroe y a su mundo de viajes interdimensionales, saltos en el tiempo y devaneos con la velocidad absurda. 

También porque contiene abundantes páginas del portentoso trabajo visual de Daniel Acuña, con su particular y sugerente estilo a medio camino entre la caricatura y el hiperrealismo, cuyos diseños y conceptos ya suponen por sí solos un auténtico disfrute para cualquier cómic en el que aparezca. 

Y por último una buena razón es que propone una historia capaz de explorar las relaciones familiares en el seno de la progenie de Wally West, el Flash que protagoniza el argumento y que, en muchas ocasiones, cede el interés argumental a sus dos hijos que por momentos cuentan con mejores premisas. 

Pero también hay motivos para detestarlo. Primero porque Waid combina ideas estupendas con desarrollos convencionales, introduciendo villanos sin identidad ni interés, los mismos pulpos gigantes que hemos leído miles de veces y que no aportan nada nuevo al género, o los argumentos que quedan esbozados con brillantes y resueltos con pereza. 

Pero tal vez el mayor motivo sea que Daniel Acuña, la mayor atracción de la función, participa tanto de la obra como la abandona durante un número completo y entonces el cómic no sólo se resiente, sino que termina navegando a la deriva de los clichés de un superhéroe propenso a caer en ellos. 

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