viernes, 18 de mayo de 2012

Batman: Ciudad Rota


Posiblemente los mejores cómics en torno a Batman son los que encuentran el perfecto equilibrio entre la sombra terrorífica que el personaje proyecta alrededor suyo y los sentimientos que verdaderamente azotan y atormentan al caballero oscuro. El conflicto entre el terror que infunde el héroe frente al que él mismo siente en su interior. 

Azzarello y Risso, la pareja creativa tras la obra 100 Balas, explotaron la estética gangster de tres al cuarto en los barrios bajos y terminaron definiendo contexto y estilo para casi cualquier cómic en el que trabajaban. (El ejemplo más evidente es su visión del Joker en la obra homónima, con el villano de Gotham City convertido en un mafioso sin otra identidad particular). Ciudad Rota está imbuida de ese estilo visual y temático tan característico, sin subestimar nunca la sorprendente capacidad narrativa de Eduardo Risso como ilustrador fundido en asombrosa sinergia con el coloreado de Patricia Mulvihill

La estética del cómic es, por tanto, tan peculiar como virtuosa, dibujado con brío, coloreado con mucha inteligencia y planificado con soberbio dinamismo. Su trama bien podría ocupar a cualquier otro detective que no fuese el hombre murciélago, en tanto que se pliega a la clásica historia de gangsters escrita por Azzarello, pero donde se desmarca el escritor es en la profunda radiografía de la personalidad de un héroe atormentado y en la exploración de unas reflexiones que convierten Ciudad Rota en una obra que deja una honda huella tras su lectura. 

El hermoso contraste entre el humor narrativo y desenfado propios del dibujo de Eduardo Risso frente a esa conmovedora historia concebida por Azzarello convierten el cómic en una experiencia que añade una dimensión preciosa hacia un mayor entendimiento del interior del caballero oscuro. Añade luz, o más oscuridades, hacia el origen y las motivaciones de un personaje ya de por sí complejo, otorgándole menos odio y más nostalgia, menos rabia y más determinación, menos egoísmo y más compromiso, menos sentido del heroísmo y mayor sensación de olvido. En su exploración definitiva del personaje, el guionista ha encontrado ese milagro de equilibrio que sólo se da en contadas ocasiones: el del cómic perfecto. 

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