No, amigos, no se está quemando. No, no se ha hecho caquita y corre a por su mamá. No va a por Mourinho a llorar porque sigue sin marcar goles. No.
El engranaje del Real Madrid empieza a funcionar y aún continúan invictos. Sus partidos son el concurso masivo del aburrimiento, pero todo un ejemplo de pragmatismo. Allá donde van, triunfan.
En Barcelona, sin embargo, a pesar de no haber perdido la estela del éxito, se preguntan por qué Sandro Rosell no ha aprendido a tiempo a ser un presidente corrupto, y a gastar más de lo que tenía en verano. La plantilla del equipo se queda corta y se echa en falta un delantero. Sueco, a ser posible.
Las dudas existenciales de los grandes y la eterna comparación entre sus genitales se cobra por el camino a pobres víctimas: el Athletic de Bilbao se deja puntos entre el barro de su campo, y el Depor se lleva todos los goles que el Madrid no había conseguido marcar hasta entonces.
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